Si me preguntarán que me enseñó nuestra historia,
les diría que aprendí que si quieres a alguien,
te abres el pecho y expones tu corazón
sin blindaje alguno, incluso cuando por dentro
tus miedos estén afilando la espadas para
combatir en batalla.
Aprendí que no quiero una relación de "actores"
por culpa de cientos de fotos en una red social,
sino una habitación llena de miles de ellas pegadas
en la pared.
Que no quiero textos elaborados por una maldita
tecnología sino enviar cartas aunque viva al otro
lado de la calle, que sienta los nervios de las
veinte primeras, y la confianza de las mil últimas.
Como la primera vez que le escriba te quiero
con mi puño y letra en el parabrisas de su coche.
Aprendí también que no hace falta malgastar
los te quiero , quizá fue nuestro fallo, que los
hay que se dicen con la mirada, y te hacen
sentir un héroe.
Aprendí también que quien dice quererte
puede ser también tu verdugo en el juicio final.
Y lo más importante, que si quieres de verdad,
eres capaz de luchar hasta contra una catástrofe
natural.
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